Hoy en día, la influencia del anime y el manga se da por supuesta. El cómic proveniente del país del sol naciente ocupa actualmente un lugar prominente en las estanterías de las librerías especializadas. Numerosos dibujos animados japoneses se encuentran a disposición de los aficionados en la mayoría de las plataformas de streaming. Sin embargo, no siempre fue así. Desde la emisión de los primeros animes en Televisión Española a principios de los años 70, esta forma de arte ha recorrido un largo camino hasta afianzarse como una faceta más de nuestra cultura popular.
En La Industria del Anime en España. De Heidi a Dragon Ball, de Juan José Zanoletty y publicado por Diábolo Ediciones, se hace un completo análisis del paulatino desembarco y afianzamiento de este producto en nuestro país. Dividido en once capítulos, la obra de Zanoletty repasa todas y cada una de las etapas por las que ha pasado el anime en España, desde producciones inolvidables como Heidi o Marco hasta series tan míticas como Caballeros del Zodiaco o One Piece. El autor pone fin a su estudio en el 2000, posiblemente pensando en una segunda parte que aborde el anime de las dos primeras décadas del siglo XXI.
El lector que se adentre en esta obra no debe esperar una recopilación de anécdotas y curiosidades acerca de las series de anime que se abordan. Tampoco un sesudo ensayo sobre la temática de sus historias, sus capítulos o cómo se produjeron. Lo que Juan José Zanoletty ha querido con este libro es ofrecer al lector un completo estudio acerca de la progresiva implantación del anime en España y, por ende, en el resto de países europeos. De hecho, Alemania juega un papel fundamental en la llegada de productos como Vicky el Vikingo (1974) o La Abeja Maya (1975), series realizadas en coproducción con Japón que muy pronto desembarcaron en Televisión Española.
EL ANIME QUE LLEGÓ DE ALEMANIA
El también autor del libro Gnomos, Naranjitos y Mosqueperros. La Vuelta al Mundo en Dibujos Animados, incide en la enorme importancia de Alemania como el país que sirvió de puente para la introducción del anime en España. Sus coproducciones, realizadas por animadores japoneses, nos dieron series tan sobresalientes como las mencionadas. Otras, como Pinocho o Alicia en el País de las Maravillas, repiten este esquema, aunque no lograron dejar demasiada huella en el recuerdo de los niños españoles de finales de los 70 y principios de los 80.
La persistencia en la memoria popular y el calado en los recuerdos de niños y niñas de la época es el factor en el que principalmente se basa el autor para medir el impacto de los distintos animes en España. De este modo, se mencionan series como Tao Tao (1991), coproducción de Alemania con estudios de China y Japón, que no muchos recordarán.
Capítulo aparte merece Mazinger Z (1972), programado en España a partir de 1978. Aunque su recorrido fue corto debido a la controversia que provocaron sus supuestos contenidos violentos, la serie logró dejar una duradera impronta en el imaginario de toda una generación, en la que me incluyo. Tras solo veintiséis capítulos emitidos, la serie fue sustituida por la producción italiana de imagen real Orzowei (1976), una especie de pastiche de Tarzán. A pesar de ello, el legado de Mazinger Z fue brutal: juguetes, cromos, tebeos, coleccionables, disfraces... Su impacto en la cultura popular de nuestro país fue inmenso, allanando el camino para el desembarco de nuevos animes.
También merece especial atención fenómenos como el de Marco. De Los Apeninos a los Andes (1976), serie que traumatizó a más de uno, o El Perro de Flandes (1977), no menos dramática. Esta serie tienen el dudoso honor de contar con uno de los finales más tristes de cuantas series japonesas se emitieron en aquellos años. Series como Tom Sawyer (1980) o Ana de las Tejas Verdes (1979) también son reseñadas ampliamente por su especial impacto en el público infantil de la época.
Las series del estudio Nippon Animation ocupan un lugar destacado entre las reseñadas por el autor. El Bosque de Tallac (1977), la encantadora Banner y Flappy ((1979) o El Osito Misha ((1979) fueron algunas de las que emitió TVE, cadena que, sin embargo, rechazó animes tan sobresalientes como Conan, el Niño del Futuro (1978).
COMANDO G, RUY Y OTROS ANIMES DE LOS 80
Otro de los hitos del anime en España fue Comando G (1972), conocido también como La Batalla de los Planetas. Esta serie no llegaría a nuestro país hasta 1980, procedente de Estados Unidos. Eso explica que la versión que disfrutamos los niños españoles no fuera en realidad la original. De hecho, el productor norteamericano realizó numerosos remontajes y ajustes, eliminando ciertas partes que podrían ser consideradas políticamente incorrectas. De nada de eso se percató el espectador infantil, convirtiéndose enseguida en un bombazo igual o mayor que Mazinger Z.
Tengo que hacer aquí un inciso para hablar de la postura del autor hacia determinados productos. Si bien la opinión general de Zanoletty es de respeto y admiración por muchas de las series que aborda, se nota cierto desprecio por otras que él considera productos menores. Esto es palpable (y un poco hiriente, la verdad) en series como Mazinger Z o Comando G, precisamente dos de las que más hicieron por la implantación del anime en nuestro país. Sexistas, reiterativos, predecibles, maniqueos y mediocres son algunos de los calificativos que el autor dedica a estos animes. Desde mi punto de vista, el autor se pasa aquí de frenada al denostar de tal modo unos productos que, aunque imperfectos, supieron entretener y emocionar como ningún otro a toda una generación.
Los tiempos avanzan y el modelo alemán de coproducciones con Japón es copiado por otros países europeos, como Italia, España, Austria y Francia. Así, de Italia nos llegaron series tan entrañables como Calimero (1974) o la indispensable Sherlock Holmes (1984), serie en la que estuvo involucrado el gran Hayao Miyazaki. En España, por su parte, se impulsaron coproducciones como Ruy, el Pequeño Cid (1980), D'Artacán y los Tres Mosqueperros (1981) o La Vuelta al Mundo de Willy Fog (1983), entre otras. De Francia nos llegaron Inspector Gadget (1983) y la irrepetible Ulises 31 (1981), todo un hito en la historia de la animación y que merecería un ensayo propio.
La llegada de las televisiones privadas supone la expansión definitiva del anime en nuestro país. Estas ven en estos productos una apuesta segura, por lo que se lanzan a programar todo lo que huela a japonés, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva. En 1988 se estrenaría Akira, un largometraje que haría temblar las bases del anime y que lo cambiaría todo. A ella se le sumarían las producciones de Estudio Ghibli, así como fenómenos como Dragon Ball, serie que sabrían explotar las recién nacidas cadenas autonómicas, sobre todo la andaluza y la catalana. La polémica que causó esta serie, incluso a nivel político, dejaría en pañales las provocadas por series como Mazinger Z...
La obra finaliza haciendo un breve recorrido por animes como Shin Chan (1992), Sailor Moon (1992), One Piece (1999) o Digimon (2000), entre otros. La multiplicidad de cadenas, tanto autonómicas como privadas, hizo que la oferta de series aumentase. No obstante, al mismo tiempo, el impacto de cada una de ellas en el público se amortiguó, diluyéndose y quedando muy lejos de fenómenos como Heidi, Vicky o Marco.
El libro finaliza con un cierto tono pesimista, ya que el autor deja entrever que el fenómeno anime en España es algo del pasado. ¿Están los jóvenes a otras cosas? Más que posiblemente. La multiplicación de la oferta audiovisual ha sido exponencial en estos primeros veinte años del siglo XXI. En cierto modo, ello ha sepultado el interés por el anime, aunque no totalmente. Plataformas como Netflix están apostando por series animadas de clara inspiración anime, como Castlevania o la reciente Masters del Universo: Revelación. Claramente, el anime sigue vivo en nuestro país, pero con menos fuerza que antes, eso sí. Quizás a las viejas generaciones no les convenzan estas nuevas propuestas, pero es indudable que el anime ha evolucionado. Habrá que ver si su huella es tan indeleble como la que dejaron en muchos chiquillos aquellas viejas series de los 70 y 80 del pasado siglo.
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