El nombre de Will Eisner es bien conocido por quien se considere aficionado a los cómics. Sin embargo, como es mi caso, quizás nunca te hayas parado a leer nada de él. Dispuesto a corregir ese error, me regalaron por mi cumpleaños este increíble obra, La Trilogía de Contrato con Dios, editado en un solo volumen por Norma Editorial. En ella se recopila la que se considera la primera novela gráfica de la historia. Lejos de cualquier historia superheroica o aventurera, el dibujante y guionista neoyorquino nos retrata la realidad social de un lugar y una época: el barrio del Bronx en los años veinte y durante el crack del 29.
En ocasiones, se ha comparado esta obra con Las Uvas de la Ira (1939), de John Steinbeck. Leí dicha novela hace unos años y me atrevo a decir que el cómic de Eisner es superior. La novela tiende a retratar a la clase obrera de una manera más unidimensional, quizás demasiado virtuosa. Sin embargo, Eisner aquí se dedica a retratar el comportamiento humano tal cual, sin buenos ni malos absolutos. Pareciera que se dedicó a mirar por la ventana y contar aquello que veía como un simple y justo observador.
La primera historia es dolorosamente próxima para él. La pérdida de su hija a los 16 años es aquí trasladada a un rabino que adopta a una niña que comparte el mismo final. Que no haya sido capaz ni de hacerla hija propia del personaje da idea de hasta qué punto tuvo que marcar algo de distancia para poder plasmar en viñetas lo vivido. La desesperación que transmite toda la historia, su dolor y desasosiego, llega al lector que no puede evitar emocionarse con esa lluvia inmisericorde y esos dibujos tan increíbles y expresivos. Reconozco que prefiero enormemente el cómic a color que en blanco y negro, pero en este caso me temo que es lo ideal. Eisner nos cuenta algo que todos hemos sentido aunque en distintas medidas: la sensación de injusticia absoluta ante las desgracias de la vida.
La primera historia es dolorosamente próxima para él. La pérdida de su hija a los 16 años es aquí trasladada a un rabino que adopta a una niña que comparte el mismo final. Que no haya sido capaz ni de hacerla hija propia del personaje da idea de hasta qué punto tuvo que marcar algo de distancia para poder plasmar en viñetas lo vivido. La desesperación que transmite toda la historia, su dolor y desasosiego, llega al lector que no puede evitar emocionarse con esa lluvia inmisericorde y esos dibujos tan increíbles y expresivos. Reconozco que prefiero enormemente el cómic a color que en blanco y negro, pero en este caso me temo que es lo ideal. Eisner nos cuenta algo que todos hemos sentido aunque en distintas medidas: la sensación de injusticia absoluta ante las desgracias de la vida.
LA DESOLACIÓN DEL RABINO ES LA DEL PROPIO EISNER |
Es una obra muy extensa y una crítica justa sería demasiado larga. Sencillamente, Eisner va haciendo desfilar ante nosotros a un vecindario humilde y sus problemas. Las diferencias que van surgiendo entre los inmigrantes y las diferencias que se van produciendo en la convivencia. Unas son por las nuevas generaciones, otras por la mezcla de razas, cultura y clase social... Nuevamente, Eisner se abstiene de juzgar, y sencillamente retrata, valientemente, las situaciones que debieron darse.
La intimidad de los matrimonios, los rumores y linchamientos de escaleras, las frustraciones de todo tipo en apartamentos para inmigrantes... La vida tal cual retratada en esta novela gráfica de Will Eisner. Que haya pasado casi un siglo desde esta época no hace aquellos problemas tan diferentes. Clase obrera luchando por sobrevivir, y que poco a poco va aspirando a más felicidad y más ambiciones que la mera supervivencia: amor, vacaciones, progreso social, mejorar su barrio...
UNA ESTAMPA QUE SIGUE EXISTIENDO EN MUCHOS BARRIOS HUMILDES |
Todo el cómic exhuma realidad, demostrando que la novela gráfica está a la altura del mejor de los libros. Los personajes son variopintos, y se van entremezclando entre ellos, aunque no siempre. La chica joven, el matrimonio mayor, el emprendedor, el especulador, el casero miserable... Nadie carece ni de interés ni de un retrato ajustado a la más posible de las realidades.
La Avenida Dropsie, el título de la tercera de las historias, es un escenario que terminamos identificando con el vecindario existente en prácticamente todas las ciudades que han sufrido un aumento de su población por el desarrollo económico. No importa cuan lejos de Nueva York nos encontremos.
Una obra maestra completamente atemporal, aunque publicada en 1978, que asombra por su modernidad, honestidad y calidad. En estos tiempos donde todo parece ser tendencioso y con mensajes aleccionadores, aquí se disfruta la ausencia de todo ello. Cualquiera que considere que el cómic no es un arte debería echar un vistazo a esta obra, ya sea al completo o a cualquiera de sus historias.
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