Nadie puede poner en duda que Ridley Scott es un realizador excepcional; largometrajes como Los Duelistas (1977), Blade Runner (1982), Thelma & Louise (1991) o el propio Alien, el Octavo Pasajero (1979) demuestran esa afirmación. Sin embargo, quizás debido a su avanzada edad, quizás debido a factores que se me escapan, sus últimas películas no han sido todo lo satisfactorias ni han reunido los requisitos de calidad que a un director de esta talla se le presuponen. En Alien: Covenant se ponen de manifiesto con toda claridad como el realizador británico, lejos de ofrecernos un clásico instantáneo, nos deja una cinta simplona, cargada de clichés, con unos personajes completamente olvidables y un guión, en general, muy mal escrito. Si ya Prometheus (2012) levantó una gran polvareda entre quienes la defenestraban y la defendían, con Alien: Covenant sospecho que volverá a suceder lo mismo, aunque me inclino a pensar que serán los primeros, aquellos que abominan de ella, quienes estén más cargados de razones. A partir de aquí, aviso de SPOILERS.
Tras este algo extenso preámbulo, quizás sea necesario ponernos en antecedentes. Estamos en el año 2104, 10 años después de la expedición de la Prometheus. La nave colonial Covenant se dirige a un sistema estelar el cual alberga un planeta similar a la Tierra. Con más de 2.000 colonos a bordo en hibernación, la tripulación debe ser reanimada antes de tiempo debido a una gran explosión estelar que daña seriamente los sistemas de la nave. Nuevamente, una extraña transmisión llama la atención de la tripulación de la Covenant, que cambiará de rumbo para averiguar su lugar de origen.
Claramente, el punto de partida de esta nueva película de la saga Alien es muy similar a la primera película. Y no solamente en lo que respecta al tema de la transmisión sino, otra vez, en el retrato de la tripulación, de nuevo un grupo de ingenieros, técnicos y científicos que, más que eso, parecen vulgares y malhablados matones de bar. Si bien en el film de 1979 Scott acertó plenamente al presentarnos una tripulación cada uno con sus propias filias y temores, con sentimientos y acciones totalmente plausibles en las situaciones extremas con las que debieron lidiar, en Covenant ni guionistas ni director son capaces de hacer creíbles a tan estereotipado hatajo de idiotas.
JAMES FRANCO QUERÍA APARECER EN UN FILM DE ALIEN, Y YA LO HA HECHO... MÁS O MENOS |
En una reciente entrevista, Scott declaraba que había aprendido de las críticas a Prometheus para hacer una secuela mejor. Parece que no ha sido así. Es más, da la impresión que ha hecho todo lo contrario, inflando aún más los errores de bulto cometidos en el film de 2012, como el ya mencionado absurdo retrato de los protagonistas. Si en Prometheus ya nos sorprendíamos de las malas decisiones que tomaban sus personajes, en Covenant esas malas decisiones se multiplican, con cosas tan discutibles como acercarse a escasos centímetros de unos hongos alienígenas cargados de esporas, explorar un planeta extraño sin escafandras o acercar peligrosamente a una atmósfera tormentosa una enorme nave espacial cargada con 2.000 personas en hibernación.
Poco pueden hacer la excelente fotografía de Dariusz Wolski (Marte, El Desafío), el vestuario de Janty Yates (Exodus: Dioses y Reyes) o el diseño de producción de Chris Seagers (X-Men: Primera Generación) frente al penoso guion de John Logan (Skyfall, Spectre) y Dante Harper, este último debutando como guionista. Como un verdadero principiante, John Logan nos deja una cinta llena de agujeros de guion capaces de tragarse a la propia Covenant, en la que casi ningún protagonista brilla por méritos propios —quizás algo más Michael Fassbender, siempre efectivo lo pongas donde lo pongas—, ni siquiera la teórica protagonista, interpretada por Katherine Waterston (Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos).
INCLUSO NOOMI RAPACE EN PROMETHEUS INTERPRETABA UN MEJOR PERSONAJE QUE EL DE WATERSTON |
La hija del actor Sam Waterston (The Newsroom, Grace and Frankie) ha sido publicitada para esta película como la nueva Ellen Ripley, cuando en realidad poco o nada hace para distinguirse del resto de personajes. No vemos, como en el Alien del 79, a una Ripley sensata y fuerte afrontando todos los retos que se le plantean de manera natural y creíble. No vemos en Covenant a ninguna Ripley despegándose poco a poco del resto de compañeros de misión por méritos propios, convirtiéndose, finalmente, en la protagonista de la película junto al ubicuo xenomorfo. No, no vemos nada de eso en esta película. Aquí, Daniels, el personaje de Waterston, es un miembro más de una tripulación en la que ninguno destaca por nada, un puñado de "camisas rojas" que solo van a servir de carne de cañón para el alienígena de turno. Daniels salva el día solo porque sí, porque estaba ahí y porque a los demás se los han merendado de las maneras más peregrinas e incomprensibles imaginables, no porque ella haya hecho nada para acabar con la amenaza. ¿La nueva Ripley? ¡Venga ya, por favor!
Aparte del nefasto tratamiento de los personajes —ninguno de ellos superaría una entrevista de trabajo real, solo en la Weyland, que parece tener debilidad por los "capullos" para sus misiones de billones de dólares— quienes esperen respuestas a las planteadas en la anterior película van listos. Si en Prometheus se plantaban las semillas de una serie de cuestiones trascendentales acerca del verdadero origen del hombre, en Covenant no solo estos temas no aparecen por ningún lado, sino que se evitan dar las más mínimas explicaciones con un recurso muy sencillo: eliminando de un plumazo (¿o debo decir de un vasijazo?) a quienes podían arrojar algo de luz a dichos asuntos, los conocidos como Ingenieros.
DE ESTA SENCILLA FORMA EL GUIONISTA SE LIBRA DE TENER QUE HABLAR MÁS DE LOS INGENIEROS |
En un alarde de chulería narrativa, el guionista se carga en una breve escena todas las posibilidades de que las preguntas sin respuestas expuestas en Prometheus se diluciden. ¿Qué hago si no tengo ni idea de cómo seguir con una parte de la historia? Pues me cargo a los personajes que pueden arrojar algo de claridad al asunto, en este caso los pobres Ingenieros, masacrados por David, el sintético superviviente de la Prometheus. Olvidaos de conocer más de la cultura y las motivaciones de esos alienígenas porque el guionista y Ridley Scott ya se han ocupado de que eso no pueda suceder. De hecho, el desastre perpetrado por el guionista es tan mayúsculo que la tripulación de la Covenant ni siquiera se pregunta quiénes son todos aquellos seres que yacen muertos en la ciudad fantasma a la que les conduce un encapuchado Michael Fassbender que de nuevo parece estar interpretando su personaje de Assassin's Creed.
Las malas decisiones de los personajes, su falta de carisma o la ausencia de respuestas no son los únicos problemas de esta película. A esos fallos se le une la previsibilidad de la historia. Llegado el momento del encuentro entre el androide Walter con su gemelo David, cualquier espectador mínimamente inteligente se ve venir a kilómetros de distancia el posible giro final de la película. A esta previsibilidad hay que sumarle un cúmulo de escenas absurdas protagonizadas por David y su doble, como la clase de flauta, el momento cultureta citando a Shelley o a Byron, o un momento homoerótico que no sé a qué demonios venía.
EL ALIEN EN MINIATURA, AL QUE SOLO LE FALTÓ SACAR EL SOMBRERO Y BAILAR COMO EN SPACEBALLS |
Ni siquiera las criaturas que aparecen son capaces de salvar la película. Aunque bien modeladas en 3D, las criaturas blancuzcas fruto del patógeno de los Ingenieros no son capaces de ocultar el hecho de que las escenas de acción son confusas, oscuras y mal rodadas, por no hablar de lo predecibles que son. Tampoco voy a ahondar en las inconsistencias sobre el ciclo vital de los xenomorfos que, por arte de birlibirloque, se desarrollan en cuestión de minutos, cuando en films anteriores quedó demostrado que no alcanzaba su madurez tan rápidamente. O qué decir de ese absurdo y patético alien en miniatura surgiendo del pecho de uno de los protagonistas, cuando sabemos que en esa parte del ciclo biológico del xenomorfo este se asemeja más a una serpiente que a otra cosa.
En definitiva, Alien: Covenant ha supuesto toda una decepción, pudiendo afirmar que incluso Prometheus era mucho mejor película, con temas más interesantes y mucho más original que esta. Ridley Scott no ha hecho otra cosa que dirigir un guion que más parece un slasher barato de los 80 que una película de la saga Alien, de la cual me atrevo a decir que Alien: Covenant es la peor de todas. Que Prometheus tuviera momentos sonrojantes no le quita sus méritos, méritos que no aparecen por ningún lado en su secuela. Las malas decisiones de Covenant trascienden a los personajes y alcanzan a los responsables de la producción que, en un alarde de mercadotecnia mal enfocada, incluso han extirpado un par de escenas de la película —la única en la que aparece el actor James Franco y la que explica qué les pasó a la Dra. Shaw y a David— y la han presentado como una especie de cortos que, a menos que seas muy fan de la saga, como yo, la mayor parte del público no habrá visto.
Si eres fan de la saga Alien, una de las más importantes de la cinematografía de ciencia ficción y horror, comprenderás mi indignación ante una película que, lejos de expandir y enriquecer este particular universo, lo único que ha hecho es acercarlo más a su cancelación definitiva. Pero tranquilos, siempre habrá productores sin escrúpulos atentos a cualquier resbalón en la taquilla para canibalizar los elementos que les sean útiles de cualquier franquicia para ofrecernos un nuevo refrito. Que el dios de los Ingenieros nos coja confesados...
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