Uno de los subgéneros más populares de la ciencia ficción cinematográfica es el de los robots con sentimientos humanos. A lo largo de la historia del cine muchas han sido las películas cuya trama, total o parcialmente, han girado en torno a un ingenio mecánico con alma humana. Ghost in the Shell: El Alma de la Máquina encaja de lleno en esa clasificación. Basada en el universo creado por Masamune Shirow, la película que protagoniza Scarlett Johansson como la Mayor Mira Killian supone un esfuerzo notable por adaptar el mundo y los personajes del autor de manga japonés a una gran producción hollywoodiense. Sin embargo, el resultado naufraga debido a su indefinición, su falta de personalidad, la frialdad de sus personajes y una historia que no logra captar la atención del espectador.
En un futuro cercano, la corporación Hanka Robotics ha logrado culminar sus experimentos para integrar un cerebro humano en un cuerpo totalmente sintético. Mira Killian, una joven víctima de un ataque terrorista, es la candidata perfecta para ser la primera en ver su cerebro trasplantado a un organismo cibernético. El éxito de la operación hace que el CEO de la corporación decida emplear a Mira como arma viviente, por lo que esta pasa a incorporarse a la Sección 9, una agencia gubernamental antiterrorista.
Este es el punto de partida de Ghost in the Shell: El Alma de la Máquina, una película que dirige el británico Rupert Sanders, un realizador con solo un largometraje anterior, Blancanieves y la Leyenda del Cazador (2012). El guión, escrito por Jamie Moss, William Wheeler y Ehren Kruger, este último autor de tres de las películas de la saga Transformers, ha pasado en realidad por muchas más manos. Y no es extraño, tratándose de una producción tan importante y en la que se han invertido tantos recursos, con un presupuesto estimado de 110 millones de dólares. Ese pulido y repulido del guión de Ghost in the Shell ha dado como resultado una película que, si bien brillante a nivel visual, viene lastrada por el intento de emular en imagen real la obra de Shirow, sobre todo la película animada de 1995 del mismo título, todo un film de culto para los aficionados al manga y el anime.
El film de Sanders nos muestra un Tokyo muy similar a Los Angeles de Blade Runner, solo que las grandes pantallas publicitarias del film de Ridley Scott han sido sustituidas por gigantescos hologramas. La sensación de estar en un ambiente futurista está muy lograda, así como la habilidad del realizador de intercalar entre plano digital y plano digital planos reales de sucios callejones y mastodónticos edificios de apartamentos. Para esas tomas se han elegido exteriores de ciudades como Shanghai y Hong Kong.
Menos logrado está, sin embargo, el desarrollo de la historia. La película, básicamente, vuelve a plantear el clásico conflicto entre cuerpo de metal y alma humana, tantas y tantas veces visto en el cine, tal y como apuntaba al inicio de esta crítica. Pero, en vez de aportar algo distinto, algo novedoso, Ghost in the Shell se entretiene entre los meandros de su vigorosa estética, distrayendo al espectador con planos que parecen eternos, por muy visuales e inspirados que estos sean.
Salpicada con dos o tres escenas de acción, el film no llega a aburrir, pero no entusiasma. No voy a entrar en sus similitudes o la falta de estas con el anime de 1995 y sus derivados, eso lo dejo para webs de aficionados al cómic japonés. La indefinición a la que me refería se plasma en que Ghost in the Shell pretende ser, al mismo tiempo que una película de acción, una cinta donde los momentos de introspección de la protagonista intentan calar en el espectador, consiguiéndolo a duras penas. En resumen: ni es una película memorable por sus escenas de acción, ni lo es por su estudio del alma humana dentro de una máquina.
De entre sus personajes principales destacar el trabajo de Johansson quien, básicamente, carga a sus espaldas el peso de la película. Se nota que la actriz realiza un esfuerzo por tratar de ofrecer con su caracterización de la Mayor Killian la vulnerabilidad y la fuerza de un alma humana encerrada en un cuerpo artificial. Aún así, dicho esfuerzo queda diluido por unos guionistas que no han sabido hacer que el espectador empatice ni con el personaje de Johansson ni con ninguno de los secundarios. De estos últimos merecen ser resaltados el que interpreta el gran Takeshi Kitano (jefe de la Sección 9) y el del danés Pilou Asbæk (Batou, compañero de Killian). Juliette Binoche, como la Dra. Ouelet, está bastante desaprovechada, y su elección para el papel aún sigue siendo un misterio para mí, cuando apenas tiene un par de escenas.
En definitiva, y aunque no podemos hablar de película completamente fallida, Ghost in the Shell: El Alma de la Máquina naufraga a la hora de interesar al espectador por lo que le está sucediendo a los protagonistas. Aunque la ambientación es sobresaliente, con elementos tomados, eso sí, de decenas de películas y series de ciencia ficción, la película no logra que nos rindamos ante ella, que nos sumerjamos completamente en ese mundo que, a priori, debería fascinarnos. Algo que consigue con creces es, sin embargo, nuestra más absoluta indiferencia, un pecado que en el cine es casi tan importante como el más rotundo de los fracasos.
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