Podría decirse de Darren Aronofsky que es un realizador al que amas o al que odias, debido en gran parte a lo arriesgado de sus propuestas narrativas, siendo capaz de lo peor (La Fuente de la Vida) y de lo mejor (Cisne Negro, Réquiem por un Sueño). Sin embargo, yo creo que no hay que llegar a tales extremos, tan solo hay que valorar cada una de sus películas independientemente y no relacionándolas unas con otras, pues en su cinematografía Aronofsky oscila entre géneros y estilos tan variopintos que parece reinventarse en cada proyecto. Aun así, cuando vamos a ver una película de este director, es casi imposible desprenderse de esa sensación de esperar siempre lo peor, una ida de olla, debido a la tendencia de este realizador a la extravagancia, cierta pretenciosidad y quizás demasiadas ansias de trascendencia. No es el caso de Noé, una película donde el realizador neoyorquino ha elegido una historia bíblica para verter sus propias obsesiones y temas favoritos, aunque esta vez de manera coherente y, por qué no decirlo, bastante bella visualmente hablando.
La película de Aronofsky narra como Noé (Russell Crowe), a través de ciertas visiones oníricas, cree ser el receptor de un mensaje de alguien a quien llama El Creador. Aronofsky, también co-autor del guión, evita llamar "Dios" a este "Creador", creo que para ahorrarse polémicas y malinterpretaciones. De todas formas, no lo consigue, ya que la película ha sido prohibida en algunos países, sobre todo islámicos, aunque esto no es algo que deba extrañarnos. Noé visita a Matusalén (Anthony Hopkins), su abuelo, para que le ayude a desentrañar qué significan esas visiones apocalípticas donde el mundo es sumergido por una gran inundación. Porque el mundo, o lo que queda de el, ha sido esquilmado y devastado por la estirpe de Caín, los "hombres", como los llama Noé y su familia. A partir de aquí, Aronofsky nos cuenta la historia de la que todos, mas o menos, hemos oído hablar alguna vez, aunque incidiendo en ciertos aspectos que la alejan de otras películas de la misma temática.
Mientras que en otros films bíblicos el mensaje se centraba en el propio "Dios", Aronofsky ha querido fijar el foco en los hombres y como sus actos conducen a la destrucción. No estamos ante una película religiosa, estamos ante un film con un claro mensaje ecologista, o al menos eso es lo que a mi me ha parecido, ya que Aronofsky no entra en supuestos mensajes divinos ni dogmas de fe, nada de eso. Lo que ha querido contarnos ha sido una especie de parábola de nuestro propio mundo, y de como nuestros propios actos nos pueden conducir a la extinción. La historia de Noé ha sido solo una excusa, un envoltorio reconocible por cualquiera que vaya a ver la película, crea en lo que crea.
Otro de los aciertos de Aronofsky a la hora de plantearnos esta historia es dejarnos con la incertidumbre de si el mundo en el que vive Noé y su familia es o no el nuestro. Desde el principio de la película queda claro que la historia transcurre en una época indeterminada, bien en un pasado remoto de la humanidad (¿de qué humanidad?), ya que los continentes no tienen la misma forma que los nuestros, bien en un futuro distante, donde ya no queda ni rastro del mundo tal como es hoy. Los vestigios de tecnología mas o menos avanzada para lo que se supone en aquella época pueden evocar tanto el futuro que nos espera como el pasado mas lejano. Para mi, este tiempo indefinido, una especie de era Hyboria bíblica, es uno de los elementos mas interesantes de la película, algo que nunca había visto hasta ahora en un film de esta temática. Y es esa indefinición temporal la que hace que la historia se aleje de la leyenda bíblica, haciéndola aun mas interesante y original.
Otro de los elementos que hacen a la película mas espectacular y entretenida para todo tipo de públicos son las criaturas conocidas como Los Vigilantes, gigantes rocosos que una vez fueron criaturas divinas. Los Vigilantes, encargados en un principio de observar a los hombres sin intervenir, decidieron un buen día ayudarlos directamente, con lo cual se ganaron la ira divina. Y así, de ser criaturas angelicales de energía, fueron transformados por el vengativo Creador en seres materiales de pura roca. Con estos seres, Aronofsky da respuesta a como pudo ser posible una obra de ingeniería como el arca, un enorme navío que a la familia de Noé le hubiera sido imposible construir con sus propios medios. Estos Vigilantes dan un toque fantástico a la película alejándola aun mas de como se ha entendido hasta ahora que debía ser un film bíblico.
Quizás lo menos interesante de la película sea la parte en la que Noé, junto a su familia, surcan ya las aguas tras el monstruoso diluvio. Noé, tras conocer que Ila (Emma Watson), su hija adoptiva, ha quedado milagrosamente encinta, piensa que su misión ha fracasado, que ha fallado al Creador al permitir que la estirpe humana pueda tener la oportunidad de perpetuarse y continuar con sus desmanes. En esta parte de la película, Aronofsky recurre un poco al recurso del sentimentalismo, y es donde las motivaciones del protagonista pierden algo de credibilidad. Sencillamente, es poco plausible que Noé no se diera cuenta que el Creador, habiendo elegido su estirpe para ser salvada del diluvio, no viera que el embarazo de Ila era una bendición y una señal, no una maldición ni un símbolo de su fracaso.
En cuanto a las interpretaciones, destacar sobre todo las de los dos actores protagonistas: Russell Crowe y Jennifer Connelly. Estos dos actores, que ya coincidieron en Una Mente Maravillosa, de Ron Howard, han demostrado su química en pantalla, con unas interpretaciones contenidas y bastante convincentes. En esta película he visto de nuevo al Crowe de Gladiator, un hombre empeñado en una cruzada personal inexorable, capaz de llegar a las últimas consecuencias para lograr sus objetivos. Connelly, una actriz por la que siento una especial debilidad, demuestra una vez mas sus dotes para el drama, interpretando a la sufrida y leal esposa de Noé, Naameh. Anthony Hopkins, mas contenido que otras veces, parece haberse encasillado en un tipo muy determinado de papel, casi volviendo a interpretar aquí al Odín de las películas de Marvel.
El tema de los animales del arca es resuelto por Aronofsky de una manera bastante sencilla, convincente y, a la vez, muy barata. Y digo barata porque la solución de, una vez dentro del arca, dormirlos con el humo de unas hierbas, le ha ahorrado a Aronofsky el tener que animarlos dentro del navío, con el coste en CGI que ello hubiera supuesto. De esta manera, solventa elegantemente dos problemas, el que no se coman unos a otros y el coste de animarlos digitalmente dentro del arca. Hay que destacar las espléndidas localizaciones islandesas elegidas para recrear este mundo antediluviano, un lugar casi de otro planeta que ya ha sido utilizado para películas y series como Juego de Tronos o Prometheus.
En definitiva, Noé es mas que una película sobre un pasaje del Antiguo Testamento, es una especie de metáfora fantástica de hacia donde nos encaminamos si seguimos ignorando las señales que nos rodean. Aronofsky se aleja esta vez de la extravagancia de la que en ocasiones hace gala en su películas, ofreciéndonos en esta ocasión una historia bella, contada de manera coherente, con actores solventes tanto principales como secundarios y, esta vez, con toques fantásticos y épicos que la hacen accesible a un público mas amplio, casi como una especie de Señor de los Anillos bíblico.
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