En la primera parte ya mencionamos el siguiente paso a dar en este viaje:
escribir libros en klingon. Las
primeras publicaciones son traducciones, como Hamlet, pero la trampa radica justo ahí, pues son obras ya
existentes y la única labor de sus creadores es trasladar palabra por palabra
lo ya escrito a este lenguaje. La idea tenía que ser otra, hacer libros
completamente nuevos directamente en este idioma. En principio, lo lógico
hubiera sido crear relatos, novelas o ensayos como si los hubieran escrito los
propios habitantes del planeta Qo’noS
hablando de lo que conocen y con la temática que se les podría suponer (algo
relacionado con la guerra y con su enemistad con la Federación). Pero no
hubiera dejado de ser una idea absurda porque todos damos por sentado que estos
personajes no existen. Así, con el lastre de ese conocimiento, la ficción
hubiera penetrado en la realidad de una forma muy pobre. El verdadero reto de
este acercamiento entre los dos planos era escribir en este idioma sin esa
premisa que todos damos por falsa, había que escribir en klingon sin pretender ser lo que no somos, escribir una novela como
humanos pero utilizando esta lengua.
La novela tuch mu’ pagh mu’ (Albion Publishing, 1995) fue escrita por un
joven de Iowa, Tommy McNiven, que, aunque compartía lugar de nacimiento con el
capitán/comandante/y luego capitán de nuevo James T. Kirk, sus simpatías se
dirigían hacia los enemigos irreconciliables del eterno líder del USS
Enterprise. Hacia ellos y hacia la adorable (por lo visto) Jennifer Forsythe,
una compañera de estudios que confundía Star Trek con Star Wars y a Spock con
Drácula. El joven McNiven redactaba un diario y, para que sus padres no lo
pudieran entender si decidían leerlo lo hacía en klingon, idioma que los señores McNiven, por supuesto, no conocían.
Sin embargo el diario de un adolescente no es ninguna obra literaria y no
podemos considerarlo como el primer libro en klingon pero con él podemos decir que éste empezó a fraguarse. Más
adelante Tommy decidió mezclar sus dos pasiones y realizar una novelita escrita
en este idioma en la que un joven enamorado de una compañera de clase que no le
correspondía rumiaba sus amores hasta que, al final, decidía suicidarse. Una de
las lecturas obligatorias de su clase de literatura fue “Las penurias del joven Werther” y quizás el clásico de Goethe le
inspirara. Tuvo que quedar más o menos satisfecho con el resultado porque
decidió dar salida a sus demonios particulares y publicar el libro.
Para entender los dos problemas
fundamentales que tuvo la obra hay que comentar el experimento que el lingüista
(aunque algo de profesor chiflado debía tener también) D’Armon Speers realizó
con su hijo. En sus primeros años de vida, su madre le hablaba en su propio
idioma, el inglés, y Speers en klingon.
El sufrido niño se encontró con dos problemas que haría que rechazara este
idioma en favor del inglés: no existían palabras básicas para un niño como
chupete o pañal y, obviamente, no podía relacionarse con nadie con esta lengua.
Estos dos inconvenientes fueron los mismos con los que se encontró Tommy
McNiven para conseguir acabar y publicar la obra.
El primer problema (la ausencia
de algunas expresiones en este idioma) fue resuelto por el joven autor con gran
originalidad mezclando expresiones ya existentes en klingon para crear otras nuevas. Así, para hablar de deseo decía bep Quch (feliz agonía o estar feliz en
la agonía), enamorado era yoH nuch
(alguien cobarde pero que es valiente a la vez), beso era mu’ pagh mu’ (la palabra que no es ninguna palabra) y para hablar
de amor decía pagh lom Qob yay
(batalla peligrosa sin victoria).
El segundo problema, que en el
caso de la novela sería encontrar lectores, empezaba con que alguien quisiera
publicarla. Finalmente recurrió a una pequeña editorial local y pagó de su
propio bolsillo una tirada de 200 ejemplares que no tenían un público fácil.
Los lectores potenciales de una novela romántica no entendían el klingon y los que sí lo conocían no
estaban interesados en un libro de este género. Debido a su temática, la obra
apenas es conocida por los aficionados pero tiene el mérito de ser la que unió
realmente la ficción del universo de Star Trek y la realidad en la que nos
movemos.
La siguiente obra, a pesar de
estar escrita en inglés, quizás sea la más importante para la lengua que nos
ocupa. Y quizás sea también la más aterradora, pero eso es algo que veremos en un próximo post.
ADVERTENCIA AL LECTOR: Todo lo anterior no tiene por qué ser estrictamente real, algo muy fácil de comprobar si echáis mano de, por ejemplo, la Wikipedia. Hombres que vuelan, naves espaciales que viajan a la velocidad de la luz, muertos vivientes, dragones que hablan con acento británico, libros apócrifos escritos en idiomas alienígenas... ¿Y la realidad va a ser un freno? Cesare Perverse cree que no.
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